Palabras a cargo del Presidente de Tardes de la Biblioteca Sarmiento Lic. Miguel Ortiz en la presentación del libro “Sin pena en la palabra”, de Osvaldo Guevara. Jueves 24 de abril de 2008. Cine Teatro Municipal.
Para confirmarlo, vamos a ver luego algunos juicios realizados por críticos respetados de la literatura argentina.
Es indudable que el unitarismo comunicacional y cultural de la República Argentina nos priva con frecuencia de disfrutar de grandes artistas del interior del país. El mercado editorial y la imposición de algunos grandes medios especializados o no, donde el amiguismo y el negocio hacen estragos, impone unas pocas voces que terminan siendo la cultura oficial de una dictadura mediática.
Si así no fuera, el nombre de Osvaldo Guevara, y el de otros del interior del interior -como el de los aquí presentes Alejandro Nicotra y Rafael Horacio López- indudablemente brillarían con más justicia entre los mejores poetas vivos del país. Destacar esto es una forma modesta de hacer justicia en esta oportunidad que hoy tengo de decir algo a este atento auditorio.
“Osvaldo Guevara es un referente insoslayable de la actual poesía argentina” afirma Gerardo Molina desde el diario uruguayo Hoy Canelones. “Su obra es objeto de estudio en las Universidades del país, y trasciende por sus relevantes méritos de autenticidad y belleza. Devoto del soneto, pero también, seguro dominador de su métier, cultiva otros metros clásicos y accede naturalmente -como todo gran poeta- a su propia forma lírica, de personal y acendrado ritmo”. Dice del autor, la periodista Pampa Olga Arán en el diario «La Voz del Interior» (1999): «Guevara siempre ha sabido mirar lo que casi nadie ve, el hombre que habita la tierra con gran dolor, y su escritura, toda, encuentra la razón de su canto desde el lugar desplazado del hombre común que respira escribiendo. Su palabra será siempre obstinadamente lírica porque es indivisible de su yo.»
Osvaldo Guevara, nacido en Río Cuarto en 1932, ha sido periodista, guionista y conductor de radio y de televisión, crítico de arte y creativo publicitario. En los años 50 comenzó a publicar en la histórica revista Laurel, donde exhibía ya una sensibilidad particular que se destacaba entre los jóvenes de entonces.
Pero ante todo ha sido y es un poeta singular, dueño de una rara precisión en la palabra, que siguió cultivando cuando llegó a Villa Dolores, en 1976, ciudad a la que había llegado convocado por Oscar Guiñazú Alvarez. Ha publicado: «Oda al Sapo y Cuatro Sonetos» (1960); «La Sangre en Armas» (1962); «Garganta en Verde Claro» (1964); «Los Zapatos de Asfalto» (1967); «Años y Perjuicios» (1975); «Niña Carmen» (1983); «Diario de Invierno» (1990); «Sólo Sonetos» (1991); «Primera Persona» (1994); «Poemas en Verso y Prosa» (1997); «Diálogos Memoriosos con Arturo Cabrera Domínguez» (1997); «Conversando con Gaspar Pío del Corro» (2000); «El Soneto, ese Indeseable Deseado» (2005) y «Sin Pena en la Palabra» (2007).
Pero veamos, sobre este libro, las opiniones de prestigiosos catedráticos llegadas desde distintos puntos del país. Críticas formales o hedonistas coinciden en exaltar los valores poéticos de “Sin Pena en la Palabra”.
- También desde Buenos Aires, Norma Perez Martín, Catedrática de Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, asegura:” SPP, título sugerente y exacto, trae la galanura de la lírica de Guevara y la exacta melodía de su discurso poético, una poesía con mayúsculas”.
- Antonio Requeni -académico de las letras y el periodismo argentino- desde Buenos Aires, afirma de SPP: “Guevara tiene el don de la poesía, la facultad de transformar el verbo en belleza. Estos poemas son menos barrocos, menos preciosistas que los de los primeros libros; pero más ceñidos y maduros. En este libro no hay un poema mejor que otro: todos son buenos… Guevara es un poeta notable, que merecería ser más reconocido que otros que tienen mayor prensa en Argentina”.
- El novelista y poeta Federico Peltzer, de Buenos Aires ha dicho de SPP: “Es un libro hondo pero fresco, que trae aliento para volver a los viejos problemas, a las viejas preguntas dichas poéticamente por unos pocos, entre ellos Guevara”.
- Lila Perrén de Velazco, poeta, ensayista y catedrática de la Universidad Católica de Córdoba, afirma: “Veo una poesía desnuda, reducida a lo esencial, diciendo más de lo que dice. La pena en la palabra es una pena supuesta, aunque no quiera ser propuesta explícitamente. Pero con pudor, belleza y hondura”.
Opiniones tanto o más valiosas tienen de este libro otros destacados intelectuales como Aldo Parfeniuk, Antonio Torres Roggero, Gaspar Pío del Corro. Oscar Caeiro o Rodolfo Modern, de la Academia Argentina de Letras.
Creo que Osvaldo Guevara da una lección de energía y de juventud al intensificar en estos años su búsqueda artística. Con una palabra desguarnecida, Guevara abandona los aplausos seguros, el microclima natural de su versificación sensual, colorida, frondosa; y se introduce en el desierto, en el mar o en la selva.
Más que nunca, Osvaldo muestra en este libro su capacidad formidable para hacer poesía con poco. Mientras otros necesitan viajes diversos o experiencias extraordinarias para escribir, Guevara captura pura poesía en una vecina barriendo, en el perro que levanta una pata aviesa a un árbol triste, en la cotidianeidad familiar, en el canal grande o en los perros soñando en las veredas de su barrio Grem Dial. Con él, una vez más, vemos que el arte y la belleza están en la mirada, más que en el objeto contemplado.
Este poeta elegido le enseña a ser poéticas a muchas palabras que jamás lo fueron. Así, “sanatorio”, “ómnibus”, “bocinazo” o “fosas nasales” entran graciosamente en los versos, acolchonadas por el arte de una poesía verdadera.
En este libro, Guevara es el serrano en la llanura, el marinero en la montaña, el pez fuera del agua ó el turco en la neblina. No porque ande necesariamente extraviado, sino porque tiene la osadía casi adolescente de meterse en lo desconocido. Y tiene, hay que decirlo, la grandeza de salir triunfante de la nada, como quien muestra feliz la aguja mientras sale del pajar.
El hombre que en los años 60 le cantaba al sapo, hoy penetra donde no hay caminos justamente para hacerlos, para abrirlos, para dejar una huella que podrá ser seguida o no, pero que se hizo con total honestidad artística y con una admirable aptitud intelectual.
Por otra parte, hay que decir que Guevara miente impunemente y, por supuesto, poéticamente, al afirmar: “Yo no sé qué es la poesía/, tal vez/ mi poesía sí/ y no sepa decírmelo”.
Mentira! Guevara sabe perfectamente lo que es la poesía. La ha tenido en sus brazos casi toda su vida, y le ha dado la forma que ha querido. Quizá le perdonemos el intento de humildad porque surge del pudor de un amante que se siente descubierto, pero también envidiado.
En esa sentencia, por un lado, el autor afirma ignorar la esencia de la poesía, pero por otro personifica a su obra al punto de esperar de ella una respuesta. Respuesta que indudablemente su obra tiene.
La enfermedad, el desánimo o los inviernos del año y de la vida son algunos de los temas abordados en poemas que quizá fracasen en el intento de levantarle al ánimo a alguien, pero no en su razón de ser: la creación de belleza y de magia.
Puede que también haya una celebración de la melancolía. En “Crónicas del angel gris” Alejandro Dolina cuenta que ya de grandes, con algunos amigos, salían a tocar el timbre de una casa cualquiera para luego huir. Pero en esa fuga, los traviesos tardíos se miraban recordándose que seguían siendo hombres tristes.
La magia y la paradoja de lo artístico hace que, a pesar de los temas que se abordan, el tono poético transmita paz y serenidad, y hasta una calma alegría. No ya de jolgorio ruidoso, sino de estabilidad espiritual.
Paz y serenidad. Quizá los estados que ha logrado en su vivir Osvaldo Guevara, alguien que sin ingenuidad sigue creyendo en los milagros por venir. Alguien que ha dicho: “Si crezco éticamente voy a crecer estéticamente”, y que sigue priorizando la calidez del contacto humano a la perfección artística.
Para finalizar, agradezco a Osvaldo por haber confiado la presentación de su libro a este aprendiz.
Y me alegro de esta fiesta que ha sido para mi presentar un libro, aunque tenga a la pena en su nombre.
Licenciado Miguel Angel Ortiz